Larga vida al rey

Me piden que escriba bonito.

Voy a hablar de William. William es un nombre bonito. Y no, no voy a describirlo físicamente ya que no influye directamente en la anécdota.
¿Alguna vez han pensado en no pensar? Por supuesto que lo han hecho, tienen inquietudes, es normal. Pensar en no pensar... no pensar en pensar... bah, da igual entremos en la anécdota de William, el del nombre bonito.

Para William todo era complejo, no le gustaba reducir todo a varias opciones, quería siempre tener en mente que había más. De todas las cosas que había, William, buscaba las que le resultaban bellas.
Amaba el barroco por la complejidad con la que trataba todo, veía sus pensamientos reflejados en la complejidad.
Pero no todo era tan complicado para William, también tenía momentos aparentemente sencillos y simples. Momentos con amigos, con amigas, con licores, con la naturaleza, con el mar, con la montaña, con...
Aunque estos momentos para William también eran algo complejo, por lo que nunca disfrutaba plenamente de esos momentos.
Solía decir que la literatura era una farsa, que no podía más que reflejar un par de realidades, que el hecho de que hubiera un autor detrás de toda historia hacía a la misma falsa. También hablaba de Dios. William hablaba de muchas cosas y, al final, de ninguna.
Volaba entre libros; era un pedante. Sabía demasiado sobre nada. Le hacía daño todo. Se enamoró.
Esto último fue un duro golpe, saboreaba el sentimiento pero le parecía demasiado simple e ideal y eso le rompía en trozos pequeños.

El amor también es algo bonito, ¿no? No, el amor es algo gracioso, visto desde fuera, desde dentro ni siquiera se ve.

La cosa es que yo conocí a William antes de que aquella mujer llegara a su vida. Era un tipo bastante molesto, no me caía muy bien. Daba fiestas para la high-class de Viena, en ambientes muy elitistas. Yo acaba de hacer el prólogo a una novela de fantasía. La novela era graciosa, el planeta estallaba y unos unicornios con metralletas rescataban a un grupo de gente que adquirió poderes tras el estallido del planeta. No sé, era una buena mierda de historia pero era graciosa, eso era incuestionable con un par de cervezas encima.
Bueno, la fiesta de William no era tan graciosa, ni siquiera con cerveza pero allí estaba yo, hablando de unicornios con metralletas.
William era un pedante, ya lo he dicho ¿no? Recitaba versos, lloraba con ellos. Le encantaba hacer esas idioteces cuando tenía gente en casa.

No voy a seguir con lo de la fiesta. Bebí cuando empezó con los versos y ya no recuerdo nada de aquel día, salvo que al día siguiente me levanté con una resaca monumental.

La cosa es que se enamoró, mucho. Mucho, mucho. Al parecer no acabó bien la cosa. Ella le dejó seco. Seguramente se lo merecía, William no era muy buen tipo. Comenzó a dejarse ver por antros, bebiendo hasta acabar tendido en el suelo.
Me lo encontré en un bar ¿saben? No parecía el mismo, de hecho no lo era, tenía los ojos hinchados, la mirada perdida, estaba muy dejado. Lo complejo, lo simple, lo bello, lo todo, se la sudaba bastante. Me dijo:
-Hay que vivir.


Oye, creo que al final no escribiré nada bonito, o sí. William es un nombre bonito.