La parábola de: El muerto de hambre

Había estado bebiendo toda la tarde en un rincón del Alfred's, un bar tranquilo; buena música, buena cerveza. Un buen sitio. Sara llegó mientras pedía la cuarta cerveza.
-Alfred, pon otra más.
Alfred era un buen tipo, callado. Siempre trataba de agradar a los clientes y eso para tipos como yo era un lujo. ¡Por lo menos alguien te trataba decentemente! Que locura, en serio.
Sara vio mi cazadora en una de las tres butacas de la mesa, en la que estaba sentado. Se dirigió allí a dejar su abrigo. Cuando volvió a la barra Alfred ya nos había servido y yo ya había soltado el billete.
-La siguiente ronda pagas tú- dije mientras llevaba las jarras a la mesa.
Me senté, se sentó, nos sentamos. A veces soy un cretino escribiendo. Como sea, estábamos en la mesa, cara a cara, hacía cinco años que no veía esos ojos. Tampoco los echaba de menos a decir verdad, nunca pensé que fueran esenciales, no destilaban nada, ni siquiera vacío. Eran unos ojos normales, con una mirada mediocre. Aunque Sara me cayera bien, su mirada era del montón. Era su piel, si... su piel. Su piel expulsaba por todos los poros sensualidad y amor propio.
Cinco años. No había pasado tanto. Seguía igual de guapa, igual de fea, ya sabéis, los años no la habían afectado mucho físicamente. A mi tampoco me había afectado mucho el tiempo, pero la bebida si.
Ella era quien había propuesto que nos viéramos, (¡y nos estábamos viendo joder!) pero quiso romper el silencio... hablando.
-¿Pero como puedes estar tan tranquilo, Jeff?
-No estoy tranquilo, nunca he estado tranquilo, es solo que... no sé. Creo que necesito mi tiempo para estas cosas.
-Pero Jeff... siempre estás igual, siempre necesitas tiempo para todo... vas a morir solo ¡despierta! deberías buscar y dejar de quejarte por todo, ¡por amor de dios, joder, tienes treinta y dos años, muévete! Haz algo con tu vida Jeff... o no te lo perdonaras, estoy segura de ello.

Os lo juro, yo no tenía ni idea acerca de lo que estaba hablando, no entendía todo aquello. A lo mejor quería espabilarme, ponerme las pilas, darme energía para hacer algo... no estoy seguro.

-Creo que no te entiendo Sara... no entiendo a cuento de que viene todo eso, sigo moviéndome.
-Nunca entiendes nada Jeff, se supone que estás vivo, pero te veo muerto por dentro, quieto, siempre borracho en los mismos tugurios. Por amor de dios... no he tenido ningún problema para dar contigo, es solo ir a los mismos bares de hace cinco años. Jeff, estoy preocupada por ti ¡Reacciona!- dicho esto agarró la jarra y dio un buen trago.
-¿Lo dices por la bebida, por mis textos, por mis ideas, por estar soltero y desheredado del mundo o por qué?- pregunté irónicamente. Yo también bebí.
-Lo digo por todo Jeff...- Bajó la mirada y dio un pequeño sorbo-. Siempre estás igual ¿Sabes? siempre. Te quedas parado, como si todo tuviera que ir hacia ti.

Me sentía bastante pesado, ella no me entendía, nadie me entendía. Joder, no era tan difícil... o si era tan difícil. Bah... da igual, si normalmente ni yo me entiendo, tampoco puedo pedir que el resto lo haga.

-Mira, yo soy algo así como un muerto de hambre entrando en una mansión totalmente a oscuras; quiero comida, pero no conozco el sitio donde está guardada, ni la mansión ni nada.
No voy a quedarme quieto, moriría de hambre.
Tampoco voy a correr, ya sabes... podría pasar de largo al lado de la comida y no enterarme, o lo que es peor, podría darme tantas hostias con las cosas que acabaría hartándome y yéndome de la mansión.
El caso es que tengo que encontrar el interruptor de la luz y luego... encontrar la comida, pero a saber donde coño está ese puto interruptor.

Hubo un silencio largo, como el del principio, solo que esta vez no la miraba, simplemente bebía mi cuarta cerveza.
Sara no dijo palabra, se bebió su cerveza, se levantó, recogió su abrigo y se fue.
Yo me levanté, fui hacia la barra y pedí mi quinta cerveza. Todo seguía moviéndose.