Amanecer en Siberia


''Puede que encuentres un chico mejor,
ajeno al dolor, un señor que se vista a la moda,
que te haga canciones de amor
que no hablen de sexo, de alcohol, ni de drogas...
Y ya has encontrado ese chico mejor,
ajeno al dolor, el cabrón que te viste de boda,
que te hace canciones de amor,
que no hablan de sexo, de alcohol, ni de droga...''



Gris. La paleta de colores con la que pintaba era una escala de grises. Hay algunos grises realmente bonitos, al igual que los seres humanos, en algunos casos se encuentran algunos bonitos entre tanta mierda homogénea.

dios los cría y ellos se juntan, debe ser por eso por lo que estoy solo.

Me llamo Rouché Bernard, soy escritor.

Ayer me levanté entre ropa sucia, con botellas tiradas por el suelo, polvo en la atmósfera procedente de los muebles viejos de la habitación.
Hacía un mes que llevaba viviendo en aquel tugurio, mi amigo Mikel Shevchenko me había hecho el favor de ofrecerme una vivienda donde poder caerme muerto.
Mikel era arquitecto, no escritor. La vida le sonreía -al menos yo siempre le veía sonreír- tenía una familia que lo quería, dinero, propiedades, la verdad que no le faltaba de nada, ya sabéis a lo que me refiero, una persona de esas a las que el resto aspira a llegar a ser, sin ser un gilipollas que gasta por gastar y apagar el vacío existencial que lo carcome por dentro.
Mikel era un buen tipo, nos conocíamos desde hacía tiempo pero nos perdimos la pista; hace un mes y medio me lo encontré por las angostas calles de Dublín. Me reconoció, yo a él no. Se interesó por mi estado de salud y por mi vida en general, un buen tipo. Cuando le comenté que en ese momento no tenía un techo me ofreció quedarme el tiempo que hiciera falta en un pequeño loft cerca de College Green. Mikel usaba el loft como estudio para maquinar sus propios proyectos. Actualmente el estudio parecía de todo menos un estudio, estaba avergonzado pero tanto Mike como yo, ambos sabíamos que algo así pasaría. De todos modos no tenía pensado seguir en Dublin, había que moverse.
El movimiento es vida, estancarse es sinónimo de estar muerto.
Puede que un bucle, aunque en apariencia está en movimiento, sea una forma de estar quieto. Estático.

Me calcé y salí de la vivienda, el caso es que vivienda es donde se vive, yo iba allí a dejarme morir. Crucé Temple Bar y pasando por uno de los puentes de Dublín me encaminé a Dublin City Council Park, que no es más que un parque pequeño con un lago pequeño. Había quedado con el editor Philip McConaham, él ya estaba allí, yo en cambio, llegaba media hora tarde.
-Te veo desnutrido, deberías desayunar algo- Siempre que nos veíamos decía cosas así, era un buen tipo pero un mierda como editor, no tenía olfato y le faltaba experiencia, pero no había más editores interesados en mi. De algo tenía que beber. 

Anduve por la calle, no notaba el frío, aunque mis manos gélidas, como siempre, se entumecían tristes y deseosas por calmar los crujidos de la piel. Entré en un bar. Era un buen bar. El interior del local era húmedo y amplio, no obstante no dejaba verse entero a simple vista, recovecos y columnas hacían más compleja la estancia y dando a esta un ambiente especial, se respiraba clase. Me dirigí a la barra a por la primera de aquella noche.


Vacío etílico.


Me llamo Rouché Bernard, soy escritor.

Ayer me levanté entre ropa sucia, con botellas tiradas por el suelo, polvo en la atmósfera procedente de los muebles viejos de la habitación. Me da igual la habitación. Me da igual la atmósfera. Se repiten los días en distintos lugares, distintas horas, distintas personas, distintas bebidas, da igual. Ya no te encuentro, tampoco intenté buscarte.
La triste balada que suena por la radio no se acerca al gélido frío que padecen mis manos y mi pecho, mi alma -si tengo- y el vacío hueco que dejaste al irte.
Ya no, no cantan los pájaros, tan solo pían y las noches son peores al igual que las madrugadas, el resto del día caigo muerto, haciendo bulto entre el tumulto, por si te encuentro, por casualidad, como la primera vez.

Bebía de tus ojos, comía de tus labios. Ahora nada me sacia, muero de sed y de hambre.

Me odio por no ser yo.

Me llamo Rouché Bernard, soy escritor.